Navarra se muere

Navarra se muere. No es una metáfora. Tampoco una exageración. Los datos del Instituto Navarra de Estadística resultan bastante concluyentes al respecto. Lo que se viene anunciando hace tiempo ya es una realidad y desde 2017 Navarra pierde población, al menos en lo que se refiere al balance entre nacimientos y defunciones. No sólo es que el balance es negativo sino que, por la evolución del número de nacimientos y el de defunciones, ligadas al envejecimiento, el desbalance cada año se va a hacer mucho mayor.

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Aquí no queda ni el apuntador

No se deben confundir las profecías apocalípticas con las matemáticas apocalípticas. Mientras que para lo profético hace falta pasar el umbral de los sobrenatural, para apañarse con las matemáticas basta con saber contar. No es por tanto una profecía sino una mera cuenta advertir de que España en general y Navarra en particular caminan hacia la extinción. Todo el mundo sabe que simplemente para mantener la población que existe en un lugar hace falta una tasa de reposición de 2 hijos por mujer, que según el Instituto Navarro de Estadística se situó en 2018 en la Comunidad Foral en 1,39. Insistamos que para ver el futuro y hacer una profecía apocalíptica no hace falta tener superpoderes sino que basta con saber contar.

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Podríamos comenzar este párrafo con una frase del tipo “más allá de la extinción…”, pero es que más allá de la extinción no hay nada. Por tanto, más acá de la extinción hay algunas cosas que deberían preocuparnos muy relacionadas con la evolución de la población. Las pensiones, por ejemplo. Queremos buenas pensiones. Queremos no tener hijos. Y queremos también que se mantenga el sistema de pensiones actual basado en el reparto (que un número menguante de jóvenes mantenga un número creciente de jubilados). Pues bien, salta a la vista que no podemos querer todo esto a la vez. Algo habrá que cambiar, necesariamente.

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Entre las razones para explicar la escasa natalidad las encontramos de todo tipo, incluyendo las que se refieren a la precariedad laboral, la inseguridad, los bajos salarios, la asistencia estatal… La realidad es que donde se tienen 3,7 hijos por mujer es en Zimbabue, y eso que allá no tienen seguridad laboral, salarios elevados, servicios estatales, ni nada. Ni condones, podría pensar alguien para explicar la natalidad pese a tantas carencias. Sin embargo, la natalidad en Alemania, Francia o Finlandia es muy similar a la española, y allá sí hay trabajo seguro y dinero para condones. Resulta preciso por tanto introducir en la explicación de la baja natalidad elementos que no tienen que ver con la economía o las ayudas estatales, aunque la economía y los servicios estatales puedan y deban ayudar (sólo falta que el gobierno foral penalice a las familias respecto a nuestro entorno), pero seguramente nos enfrentamos también hacia la universalización de un modo de entender la vida en el que predominan valores egoístas, mientras que ser padre o madre al final es algo gratificante y sacrificado: de esas dos variables en nuestra cultura moderna nos sobra el segundo apartado.

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