Carlistas al museo o al ostracismo

Hay gente que cuando habla del fenómeno del carlismo en Navarra o en cualquier rincón de España lo hace como si se tratara de las guerras indias del medio oeste norteamericano. Para ellos los carlistas serían una especie de salvajes primitivos que atacaban a los soldados del fuerte liberal y por eso, en pago a tantas emociones, se merecen que se les dedique un museo y un itinerario o quizás puede que hasta les promuevan una reserva en plan "senda viva". Sin embargo, los que han estudiado con desapasionamiento nuestra historia saben que los carlistas somos nosotros mismos, los navarros del XXI. Que si no somos carcas al menos somos postcarcas la mayoría y que si escarbamos un poco en el árbol genealógico de cada cual salen boinas rojas por todas las ramas. Por eso es un asunto de lo más interesante el de los límites cronológicos del tradicionalismo politico. No tiene mucho sentido decir que los carlistas auténticos eran los de las guerras del XIX cuando de todos es sabido el papel que este movimiento político ha jugado, especialmente en Navarra, en todos los sucesos decisivos del siglo XX. No tiene sentido perdonar la vida a Zumalacárregui y sus muchachos mientras se condena al ostracismo la memoria de Pradera o de Rodezno o de los requetés quitándoles placas y honores por el hecho involuntario de haber nacido cincuenta o cien años más allá. Todos los carlistas -incluso si me apuran diría que todos los que así se han autodenominado- deberían tener su hueco en el museo y en el itinerario, independientemente de su edad. 

Jerónimo Erro

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